Esparta

Esparta (Dórico Σπάρτα; Ático Σπάρτη Spártē), o Lacedemonia (en griego Λακεδαιμονία) era una polis (ciudad estado) de la antigua Grecia situada en la península del Peloponeso a orillas del río Eurotas. Fue la capital de Laconia y una de las polis griegas más importantes junto con Atenas y Tebas.


Origen
La ciudad estado fue fundada tras la conquista de Laconia por los dorios.
Al principio estuvo minada por disensiones internas. Las reformas en el siglo VII a. C. fueron un verdadero punto de inflexión en la historia de la ciudad: a partir de entonces todo se encaminaría a reforzar su poderío militar y Esparta se convertiría en la ciudad hoplita por excelencia.
Esparta sometió a la totalidad de Laconia: comenzó por conquistar toda la vega del Eurotas para rechazar a los de Argos y asegurarse la hegemonía de toda la región. La segunda etapa consistió en la anexión de Mesenia. Esparta era ya la ciudad más poderosa del área, con Arcadia y Argos como únicos rivales. A mediados del siglo VI a. C. Esparta sometió también las ciudades de Arcadia y derrotó a Argos dejándola totalmente debilitada. Todas ellas se verían forzadas a firmar pactos por los que reconocían la hegemonía de Esparta. Fue en el marco de estas luchas con los argivos que Esparta adoptó el estilo hoplita de combate, aproximadamente entre los años 680 y 660 a. C.[1]
Durante el Siglo VI a. C. los espartanos mantuvieron una activa política exterior que incluía la alianza con Creso de Lidia frente a la amenaza persa.
También combatieron los tiranos de Grecia y depusieron a muchos de ellos fracasando frente a otros (Polícrates de Samos resistió a la invasión espartana).
Sin embargo también apoyaron a tiranos que les pudieran ser favorables y en Atenas intentaron restaurar a los pisistrátidas pero la oposición de la influyente Corinto lo impidió.


Guerra del Peloponeso
Apenas terminadas las guerras médicas, Esparta se inquietó por el creciente poderío de Atenas, enardecida ésta por sus victorias contra los persas. Presionada por Egina y Corinto, Esparta prohibió a Atenas reconstruir sus murallas, destruidas por los persas. Esto no impidió que Atenas abandonara la Liga Panhelénica para fundar la Liga de Delos. Esparta no llegó a desencadenar una guerra y las relaciones se mantuvieron estables hasta el 462 a. C., año en el que desdeñó y envió de vuelta un contingente ateniense dirigido por Cimón, que había acudido a socorrerla en plena revuelta de los ilotas. Esto supuso la ruptura, sellada con la condena al ostracismo del espartófilo Cimón por sus compatriotas de Atenas.
Las hostilidades propiamente dichas comenzaron en el 457 a. C., a requerimientos de Corinto. Tras una serie de victorias y derrotas para ambos bandos, se alcanzó una paz inestable que duraría cinco años. En el 446 a. C., las revueltas de Megara y Eubea reavivaron el conflicto. Esparta, a la cabeza de las ciudades coaligadas, arrasó el Ática. El propio rey espartano Plistoanacte fue acusado de corrupción, por no haber proseguido la ofensiva, y condenado al exilio. En el 433 a. C., por último, el asunto de Corcira dio lugar al inicio de la Guerra del Peloponeso.

Hoplita.
La guerra se prolongaba demasiado. Pericles decidió abandonar el Ática al pillaje sistemático de los espartanos, acogiendo a la población dentro de los Muros Largos, que unían Atenas con su puerto, El Pireo. En el 425 a. C. se produjo la humillante derrota de Esfacteria, donde 120 Iguales (ver más abajo), pertenecientes en su mayor parte a las grandes familias de Esparta, fueron capturados en un islote. La ciudad tendría que rendir la flota para recuperar a sus hoplitas. El golpe fue traumático: era la primera vez que se veía a los Iguales rendirse en vez de combatir hasta la muerte. En el 421 se firmó con el estratego ateniense Nicias una paz largo tiempo anhelada.
Pese a todo, las tensiones permanecieron. Esparta y Atenas chocaron nuevamente en el 418 a. C. por una disputa territorial en Mantinea. Atenas decidió que Esparta había roto los tratados, y la guerra recomenzó en el 415 a. C. Los atenienses organizaron una expedición contra Sicilia que terminó en desastre. La revuelta de las ciudades jonias de la Liga de Delos permitió a Esparta imponerse en el campo de batalla. En el 404 a. C., una Atenas sitiada terminó por capitular.
Esparta obligó a Atenas a acortar los Largos Muros en diez estadios (algo menos de dos kilómetros) por cada extremo, y a unirse a la Liga del Peloponeso. Los espartanos, sin embargo, titubeaban respecto al sistema de gobierno que impondrían a la ciudad. Todo el mundo estaba de acuerdo en la necesidad de poner fin a la democracia, pero se dudaba entre una oligarquía radical bajo tutela espartana y otra más moderada, sin guarnición espartana para sostenerla. El general Lisandro, gran artífice de la victoria sobre Atenas, impuso el gobierno de los Treinta Tiranos, pero el otro rey, Pausanias, permitió enseguida el derrocamiento y huida de los Treinta y de sus partidarios, y apoyó en cambio a los oligarcas moderados que se habían quedado en Atenas. Con todo, a su regreso a Esparta Pausanias sería juzgado, y ocho años después de su absolución, se vería condenado cuando Atenas volviera a tomar las armas contra Esparta.


Los únicos que poseían derechos políticos eran los denominados espartiatas que a diferencia de los espartanos, estos tenían descendencia consanguínea con el pueblo indoeuropeo de los dorios, llamados “astoi” o “ciudadanos” (término más aristocrático que el de “polités”, habitual en otras ciudades griegas); también se les conocía como “Homoioi” (“Pares” o “Iguales”). Conformaban una minoría privilegiada pues al momento de nacer recibían una parcela de tierra junto con unos ilotas, que conservaban toda su vida. Los historiadores también usan el término latino de “tresantes” (“los temblorosos”). Según Heródoto, Jenofonte, Plutarco y Tucídides, a los “tresantes” se les sometía a toda clase de desprecios y vejaciones: obligación de pagar el impuesto de soltería, expulsión de los equipos de pelota, de los coros, de las comidas en común, etc. Su estado de marginación era casi tan absoluto como el de los ilotas, con la excepción de que ellos sí podían acceder a los lugares públicos (siempre en los últimos puestos) y que les estaba permitido redimir su deshonra mediante actos de valor en la guerra.
Un auténtico espartiata debía ser hijo de padres espartiatas, haber recibido la educación espartiata, hacer sus comidas junto a los demás ciudadanos en los comedores públicos y poseer una propiedad suficiente como para permitirle sufragar los gastos de su ciudadanía. Conformaban una minoría privilegiada que poseía las tierras, ocupaba los cargos públicos en forma exclusiva y concentraba el poder militar. Los trabajos manuales y de la tierra eran considerados tareas denigrantes para ellos, los trabajos de agricultura eran propios de los espartanos ( hombres que vivían en Esparta pero que no eran ciudadanos).
El nombre de “Homoioi” (“Iguales”) es testimonio, según Tucídides, del hecho de que en Esparta “se ha instaurado la máxima igualdad entre el estilo de vida de los acomodados y el de la masa” (I, 6, 4): todos llevan una vida en común y austera.

[editar] Los no ciudadanos: Periecos e Ilotas

Los periecos (habitantes de la periferia), eran descendientes de los miembros de las comunidades campesinas sometidas sin utilizar la fuerza. Son mantenidos al margen del cuerpo cívico por la reforma de Licurgo, que les niega cualquier derecho político. Aunque libres, jamás participan en las decisiones. Poseen el monopolio del comercio y comparten el de la industria y la artesanía con los ilotas. Entre los periecos hay también campesinos, reducidos a cultivar los terrenos menos productivos. Gozaban de ciertos derechos, como poseer bienes o casarse, pero no podían participar en el gobierno de la ciudad.
Los ilotas son los campesinos de Esparta. Eran descendientes de las comunidades campesinas sometidas a la fuerza por los dirigentes. Su estatus se crea con la reforma de Licurgo. No son estrictamente esclavos, sino siervos: pertenecen al Estado, están adscritos a la propiedad que cultivan, no se los podía comerciar, pueden casarse y tener hijos y se quedan con los frutos de su trabajo una vez deducida la renta que corresponde al titular de la hacienda.
De modo excepcional, los ilotas podían ser reclutados para el ejército y liberados luego. Mucho más numerosos que los ciudadanos, la reforma de Licurgo les dejó por completo al margen de la vida social. Los “Iguales”, que temían su rebelión, les declaraban solemnemente la guerra cada año, les humillaban y aterrorizaban (ver "Krypteia").


La educación espartana
Artículo principal: Educación espartana

Escultura de Leónidas en Esparta. ΜΟΛΩΝ ΛΑΒΕ(Molon labe)
La educación espartana, agogé, sistema educativo introducido a partir de Licurgo, se caracteriza por ser obligatoria, colectiva, pública y destinada en principio a los hijos de los ciudadanos, aunque parece que en ocasiones se debió admitir a ilotas o periecos, y los hijos de un ateniense como Jenofonte se educaron en Esparta. La educación espartana estaba enfocada principalmente a la guerra y el honor, hasta tal punto que las madres espartanas decían a sus hijos al partir hacia la guerra: "Vuelve con el escudo o encima de él", en referencia a que mantuviesen el honor y no se rindiesen nunca aunque con ello perdieran la vida.
Esparta practicaba una rígida eugenesia. Nada más al nacer, el niño espartano era examinado por una comisión de ancianos en el Pórtico, para determinar si era sano y bien formado. En caso contrario se le consideraba una boca inútil y una carga para la ciudad. En consecuencia, se le conducía al Apótetas, lugar de abandono, al pie del monte Taigeto, donde se le arrojaba a un barranco. De ser aprobado, le asignaban uno de los 9.000 lotes de tierra disponibles para los ciudadanos y lo confiaban a su familia para que lo criara, siempre con miras a endurecerlo y prepararlo para su futura vida de soldado. Así es que la educación tenía reglas rigurosas de disciplina, obediencia y sometimiento a la autoridad. Los padres no educaban a sus hijos ya que, a partir de los siete años, los niños pasaban a depender del Estado y recibían una instrucción muy severa. Los niños aprendían técnicas de caza y lucha y se les daba gran importancia a los ejercicios físicos. El objetivo de la educación era formar ciudadanos obedientes y valientes guerreros.
A los siete años o los cinco, según Plutarco, se arrancaba a los niños de su entorno familiar y pasaban a vivir en grupo, bajo el control de un magistrado especial, en condiciones paramilitares. A partir de entonces, y hasta los veinte años, la educación se caracterizaba por su extrema dureza, encaminada a crear soldados obedientes, eficaces y apegados al bien de la ciudad, más que a su propio bienestar o a su gloria personal. Los muchachos deben ir descalzos, sólo se les proporciona una túnica al año y ningún manto y, sometidos a una subalimentación crónica, se les fuerza a buscarse su propio sustento mediante el robo. Las disciplinas académicas se centran en los ejercicios físicos y el atletismo, la música, la danza y los rudimentos de la lectura y escritura.
Por lo que a la educación de las niñas se refiere, se encaminaba a crear madres fuertes y sanas, aptas para engendrar hijos vigorosos. Por ello, insistía igualmente en la educación física, así como en la represión sistemática de los sentimientos personales en aras del bien de la ciudad.


La economía
Resulta evidente que la crisis del siglo VII a. C. no podía ser resuelta más que mediante la creación de un ejército de hoplitas que sucediera a los guerreros a caballo o en carros. Y es la aparición de la clase de ciudadanos que lo forman, a través de la absorción de la aristocracia terrateniente por la masa popular, lo que da lugar a la “eunomia” (“buena ley”). Dicha absorción se llevará hasta el extremo, a fin de crear la igualdad total. Los aristócratas renuncian totalmente a sus privilegios: en el siglo VI a. C., la ciudadanía de Esparta cuenta con entre 7.000 y 8.000 Homoioi (“Iguales”). La aristocracia terrateniente renuncia a sus propiedades para ponerlas en común. Cada cual recibe un lote (“klerós”, “lote-heredad”) equivalente e inalienable: no se puede vender ni hipotecar. Su cultivo se encomienda a los siervos del Estado (los ilotas), que entregan las rentas en especie al propietario para que sostenga a su familia, pero sin que se pueda enriquecer. Los ciudadanos tienen prohibido el comercio; de este modo, todo el mundo está plenamente disponible para la guerra, única actividad verdaderamente cívica y en la que se centra el proceso educativo, igual para todos. La igualdad, por último, se extiende al ámbito político, puesto que todos participan en la asamblea.


La asamblea (Apella)
Es ésta la reunión de todos los iguales, convocados en fechas fijas. Corresponde a la apella (asamblea) aprobar o no las propuestas de los éforos (aunque sin debatirlas, pues parece que ningún ciudadano toma la palabra), ya sea por aclamación o, más raramente, por desplazamiento de los votantes. También la gerusía le somete sus proyectos, aunque el voto de la asamblea no es vinculante y los ancianos pueden considerar que el pueblo se ha equivocado. Por último, correspondía a la asamblea elegir a los éforos y a los gerontes por un sistema que Aristóteles consideraba pueril: unos cuantos magistrados, desde un lugar cerrado, medían la intensidad de las aclamaciones que recibía cada candidato.
En realidad, el funcionamiento de la asamblea en Esparta nos es poco conocido: se ignora, por ejemplo, si estaba permitido que cualquier ciudadano tomara la palabra para proponer una ley o enmienda, o si en definitiva la única misión de la asamblea era elegir a éforos y gerontes. En opinión de Aristóteles, la asamblea tenía un poder tan limitado que ni siquiera la menciona como elemento democrático dentro del régimen político espartano.


Los reyes
Al menos desde la reforma de Licurgo, en el siglo VIII a. C., Esparta cuenta con dos reyes, uno perteneciente a la dinastía de los Agíadas y el otro a la de los Euripóntidas, enraizadas ambas –según la leyenda- en dos gemelos descendientes de Heracles. Los miembros de ambas familias no podían contraer matrimonio entre sí y sus tumbas se hallaban en lugares distintos. Ambos reyes tenían igual rango.
El poder real se transmitía al “más próximo descendiente del más próximo ostentador del poder más cercano a la realeza” [Pierre Carlier, La royauté en Grèce avant Alexandre (La realeza en Grecia antes de Alejandro), AECR, 1984], es decir, que el hijo pasa por delante del hermano, y que aun existiendo el derecho de primogenitura, el hijo nacido cuando el padre es ya rey tiene prioridad sobre aquellos nacidos antes de su advenimiento al trono. En cualquier caso, parece que los espartanos interpretaban con flexibilidad estas normas sucesorias.
Los poderes de los reyes eran esencialmente militares y religiosos. Al principio, los monarcas podían hacer la guerra al país que desearan, siendo sus decisiones colegiadas. A partir del 506 a. C., fecha del famoso “divorcio de Eleusis”, los reyes harán sus campañas por separado. En el siglo V a. C. parece que es ya la asamblea la que vota la guerra y los éforos quienes deciden sobre la movilización. El rey, quienquiera que sea, es siempre el “hegemón” o comandante en jefe durante las campañas militares; tiene autoridad sobre los demás generales, puede acordar treguas y combate en primera línea en el ala derecha, protegido por su guardia de honor de cien hombres, los “Hippeis”.